Saturday, June 14, 2014

El Jeep de mi Padre



El Jeep de Mi padre
Por Miguel Vela



 Recuerdo con alegría cuando mi padre nos anunció que había comprado un Jeep  4 X 4 cuando entonces éramos muy niños y  vivíamos en la región de la amazonía peruana.  Imagínense que alegría para nosotros los chicos al ver el carro, un Jeep deportivo sin puertas y con capota. Fue muy emocionante.
Ahora viene lo curioso, mi padre no sabía manejar auto, ni tenía brevete (licencia de conducir) cuando compró el auto, pero se le presentó la oportunidad de adquirir el carro y no la dejó pasar. Mi padre como buen autodidacta que fue, no se hizo problemas y compró el Jeep con la idea, estoy seguro, de que aprendería sin ningún problema a manejar su propio auto. Así como se auto educó en la mecanografía, en las matemáticas, en la contabilidad y en llenar formularios de impuestos, logró su meta de aprender a manejar en corto tiempo.
Mi padre fue un as en la mecanografía y resolviendo operaciones matemáticas en su cabeza. Recuerdo haberle visto  usando sus 10 dedos y sin mirar el teclado, tipiando a una velocidad impresionante. Cuando íbamos a los restaurantes, él ya sabía de antemano cuanto saldría la cuenta con solo sumar los precios de los platos ordenados. Pobre si la cuenta estaba mal sumada. Mi padre le hacía saber al mozo el error así fuera en su favor o en contra. Así de honrado era él. Su pericia en el manejo de los números lo llevo a hacer carrera en la institución bancaria donde trabajó llegando a desempeñarse como contador sin tener estudios superiores como tal. Su organización, su honradez y su ética de trabajo fueron sus virtudes que lo llevaron a crecer en su centro laboral y también como padre y esposo.
Papá  tendría, calculo, como cuarenta años cuando aprendió a manejar su propio auto con la ayuda de un amigo que le dedicó solo unas pocas horas de su tiempo a enseñarle.  Cuarenta años es una edad tardia para los estándares de hoy en día, pero en su defensa tengo que decir que en esa época eran escasos los autos para uso familiar en las provincias alejadas de la capital. Como su amigo no tenía mucho tiempo para seguir enseñándole, mi padre buscó la compañía de uno de mis primos que vivía en casa con nosotros. Entre los dos se iban a practicar fuera de la ciudad y los dos aprendieron juntos. Mi primo Carlos tendría 18 años y mi padre como lo dije anteriormente más o menos 40. Fueron una buena dupla y los dos tenían ganas de aprender a manejar. Es decir, se dieron valor el uno al otro y lograron su propósito.
Yo tendría 9 años, o quizás menos cuando eso pasó y tengo muy buenos recuerdos de los paseos que hicimos en familia en ese Jeep verde con capota blanca y con parabrisas reclinable. Es decir, un auto de adolescente para mi padre cuarentón. Muchas alegrías y también sustos pasamos en el jeep de mi padre. Recordábamos con mi mamá el otro día que en un viaje en un día lluvioso, por poco nos desbordamos en una curva lleno de lodo. A no ser por la pericia de mi padre y por la vegetación al borde del camino, quizás nos hubiéramos desbarrancado. Felizmente mi padre sabía guardar la calma en los momentos difíciles, al contrario de la copilota del jeep. Mi mamá era y es muy nerviosa hasta ahora. Me cuenta que era ella quien le avisaba los peligros de la carretera y hasta tiene una frase célebre cuando se aproximaban a un bache: “Cuidado, hueco, huequito, huecón!”
Una mañana, muy temprano recuerdo que había una persona durmiendo sentada en el asiento derecho del Jeep. Mi padre lo fue a despertar y el susodicho estaba en estado etílico alto y no hacía caso, ni atinaba a pronunciar una palabra y menos a  mantener una conversación. Como vivíamos a media cuadra de la estación de policía, avisamos a los policías y ellos hicieron salir del jeep al borracho. Deducimos que aquella persona, por no ir a su casa a media noche y al ver el carro sin puertas, decidió sentarse a dormir en el jeep de mi padre.
En los múltiples paseos por la región de la amazonia peruana, en el jeep de mi padre hemos cruzando ríos angostos  a lo Indiana Jones, con agua llegando hasta los tobillos. Recuerdo que los pobladores del lugar le daban ánimo y le decían “póngale cuarta tracción jefe”. Cuando los ríos eran más anchos y caudalosos, el  Jeep era transportado en balsas especiales para “chimbar” (cruzar) el río, u otros métodos que los lugareños se ingeniaban en crear para cruzar los ríos y así llegar a las grandes ciudades. También recuerdo haber cruzado puentes improvisados hecho de troncos de árboles gruesos. Eso si cruzar sobre troncos era muy peligroso y se tenía que hacerlo muy lentamente y con la dirección de una persona adelante que te iba indicando si tenias que ir un poco a la izquierdo, un poco a la derecha o seguir en línea recta.
Ya que estamos tocando el tema de los ríos, también hay que recordar que en los domingos eran sagrados los paseos a la rivera de los ríos y visitas a los restaurantes campestres de la zona. En una ocasión nos encontramos con un amigo que mi padre conoció en Iquitos cuando joven. Para celebrar el re-encuentro se tomaron juntos unas cervezas. Mi padre solo tomaba socialmente y al segundo vaso de licor estaba ya alegre. Como notamos que mi padre no estaba al cien por ciento, no le dejamos manejar  de vuelta a casa. El amigo le dijo a mi mamá, “Señora, no se preocupe, no les va a pasar nada. Yo con “Ulichi” (así llamaba él a mi padre) manejábamos tanques de guerra en Iquitos”. Indudablemente una pretensiosa afirmación del amigo, típico de las personas pasados de copas. Siempre nos acordamos  y nos reímos de esa famosa frase. Los domingos en el río se aprovechaban también para lavar el carro. Aun tengo en mi memoria, como una foto o película, la vista del carro estacionado en la orilla del río y mi padre lavando su carro con la ayuda de alguno de nosotros usando baldes, trapos y escobillas.
Cuando salíamos de paseo, éramos siete personas que Íbamos en el carro. Los hijos más grandes atrás con radio portátil a pilas escuchando música o escuchando los partidos de futbol o las canciones de moda en esa época.  Mi hermano mayor copiaba a mano las letras de las canciones  para así tener su cancionero y nosotros menores nos hacíamos la lista o fixture del campeonato de futbol y así estábamos al tanto del torneo y llevábamos la cuenta de quién iba puntero. Mi padre fue hincha del Club Ciclista Lima, pero nunca nos arengo a seguir a su equipo. Creo que todos somos de Universitario de deportes, club más conocido como la “U” en Perú. Su fidelidad a su club fue tanto que cuando el Ciclista Lima bajo de categoría, mi padre no re-emplazo su club jamás.
Al recordar esta época me doy cuenta que definitivamente yo soy de la generación de la radio y el periódico, mas no de la Televisión. Recuerdo que la radio permanecía en casa  horas de horas prendida. A través de la radio nos llegaban las noticias y la cultura. Con decirles que vivimos el primer paso del hombre en la luna escuchándolo por la radio. Y no me olvido del mundial de Futbol México 70 que seguimos partido a partido a través de la radio en compañía de mis primos. Era todo un reto, pues teníamos que usar nuestra imaginación para poder visualizar lo que escuchábamos por la radio. A mí me fascinaba escuchar radio en banda corta de otros países.  Me acostaba con mi radio en mi velador y cuando el programa me aburría, cambiaba y cambiaba de estación. Gocé mucho la época de la radio.
El Jeep también servia para transportar el equipo de futbol de la institución bancaria donde mi papá era administrador. Recuerdo que muy de madrugada se levantaba y pasaba casa por casa para recoger los integrantes del equipo y llevarlos a entrenar. Y quien era el entrenador, pues mi padre que también había aprendido de manera autodidacta como entrenar un equipo de futbol. A través de un folleto se familiarizo con las reglas del juego y con ejercicios de calistenia, muy recordados por mí y mis hermanos. Tenía la misma rutina de unos cuatro o cinco movimientos para calentar el cuerpo antes de hacer deporte según el.
El Jeep al no tener puertas y la imposibilidad de comprar puertas en un concesionario  de autopartes en esa época  hicieron que el Jeep solo estuviera con nosotros unos pocos años. Por ese motivo y por tener hijos pequeños e inquietos hizo que nuestros padres vendieran el Jeep y adquieran un Opel station wagon, que por cierto también marco historia en nuestra familia. El tema del Glorioso Opel, color “verde Nilo” y “alemán de Alemania” lo dejamos para otra nota.
Todos nuestros familiares,  tíos y primos estoy seguro se acordaran del famoso Jeep de mi padre.  Definitivamente, dejó gratos recuerdos en nuestras vidas que serán difíciles de olvidar. Fuimos muy felices con ese Jeep y de una u otra manera contribuyo a consolidar nuestra unidad familiar, viajando juntos y disfrutando de paseos en nuestra infancia.
FIN




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